Si tenés poco tiempo, leé estas líneas:
· La idea de sostener un semillero de programadores se remonta a la adolescencia de dos jóvenes chaqueños que fueron campeones nacionales en la especialidad.
· En pocos años Inti Portillo y Pedro Velázquez recorrieron medio país; esa experiencia les dio una perspectiva de lo que querían para otros niños y niñas de su provincia.
· Además de la automatización de artefactos, también capacitan en impresión 3D, producir animaciones y desarrollar videojuegos.
El entusiasmo de dos chaqueños por la tecnología creó el Club de Robótica, un espacio pensado para niños, niñas y adolescentes del Gran Resistencia. Como ocurre con otras actividades recreativas o de divulgación científica, los jóvenes Inti Portillo y Pedro Velázquez coordinan los encuentros en forma semanal y con formato de taller. Los alumnos aprenden a programar algunos movimientos de artefactos y a simular cálculos en la computadora. Las clases se dictan en un aula del Centro Cultural Alternativo (Cecual), de Santa María de Oro 471, de Resistencia.
La idea comenzó a gestarse hace unos seis años cuando eran estudiantes en la Escuela de Educación Técnica 33 “Director Carlos Silva”, de Barranqueras. Viajar a otros puntos del país para competir en torneos les amplió la perspectiva. “Participamos en ferias de ciencias o exhibiciones de Misiones, Corrientes, Buenos Aires, Córdoba, San Luis, Mendoza, y hasta Santa Cruz, casi toda Argentina. Viajábamos bastante”, repasa Inti. En otras provincias no solo había chicos con interés por hacer funcionar un prototipo o resolver cálculos matemáticos, sino que existía todo un movimiento con actividades la mayor parte del año.
Los desarrollos que presentaban en concursos lograban captar el interés de los jurados y eventualmente ganaban o accedían a un puesto en el podio. En simultáneo, ellos empezaron a notar que sus contrincantes eran más jóvenes. “Cuando ganamos una de las competencias vimos que éramos los únicos del último año. Los del Chaco, los que medianamente nos destacábamos, éramos siempre más grandes que el resto”, describe Inti. La observación fue el motor que los condujo a pensar en cómo atraer a los chicos y chicas de primero y segundo año de su escuela técnica.
En un primer momento organizaron charlas de demostración para que se conozca que en la provincia había adolescentes aprendiendo sobre robótica y que existía interés por el tema a mediano y largo plazo. Además agregaron algunos certámenes para motivar la práctica con demostraciones recreativas. El siguiente paso consistió en transmitir lo que sabían y les llevó un poco más de tiempo: “Teníamos las ideas pero éramos chicos y nos costaba mucho ejecutarlas”, cuentan a Prisma TIC. Durante dos años cada uno avanzó en proyectos personales y en algunos encuentros puntuales se reunían para dictar un taller breve: “En eventos íbamos probando hasta que nos salía mejor, fuimos aprendiendo cómo hacerlo”.
Las primeras clases incluyeron invitaciones para hijos de amigos y conocidos. Cada oportunidad ayudó a madurar el proyecto. “Pensábamos que lo importante era compartir y comprender al mismo tiempo”, resume Inti. Convencidos de que tenían potencial para guiar a los niños y que en sus familias crecía el interés por el tema, pasaron de las convocatorias esporádicas a una más estable. Así maduró el club de robótica. Inti admite que aún hoy no le es fácil transmitir lo que sabe; que de a poco fue desarrollando una manera propia de hacer docencia. Sobre todo con los más chiquitos, de menos de diez años de edad.
Para tener una orientación docente pide asesoramiento pedagógico: “Al principio pensamos en instruirnos con cursos y hasta estudiar un profesorado, pero es un plan a largo plazo. Así que por ahora recibimos consejos de los profesores que tuvimos en el secundario. Con ellos quedó una buena amistad”, valora. Las actividades se organizan en tres niveles: inicial, medio y avanzado. Los contenidos se ordenan a partir de una materia que daban en la técnica 33; aunque al programa original sumaron tareas divertidas y prácticas de “prueba y error”. Además con edades y ritmos distintos, también debieron incluir adaptaciones.
Con la pregunta ‘¿qué es un robot o la robótica?’, abren una conversación inicial con los alumnos. Las respuestas ayudan a comprender que hay elementos que son autónomos, otros automatizados y que pueden pertenecer al mundo de lo eléctrico y lo electrónico. Ver que sobre algunos dispositivos se puede tener más control; como una aspiradora automática o un brazo robótico. La experiencia de atender a una decena de asistentes les deja a los profesores la idea de que los grupos deberían tener solo cinco estudiantes. “Sería lo ideal porque así cada chico tendría sus herramientas y mucha más atención nuestra”, apuntan.
En las clases se usan unos pocos dispositivos y robots y buscan aumentarlos. Para adquirir sensores y piezas de programación, venden impresiones 3D y están próximos a presentar un kit con motores, sensores, pilas y partes para armar y desarmar. También está la opción de comprarles remeras, una rifa o donar fondos y algún equipo electrónico de valor didáctico o que supla componentes que se van quemando. A la salida se ven estudiantes cargando una notebook y guardando pequeñas herramientas, sin embargo Inti aclara que tenerlas no es excluyente: “El fin es acercar a los niños tanto como sea posible a la tecnología, la informática y la robótica”.
Al club de robótica llegan chicas y chicos que lo ven en publicaciones de Instagram, eventos y el boca a boca, con perfiles diversos: algunos juegan mucho a los jueguitos, otros vieron algo en una clase de tecnología o informática de la escuela que quieren profundizar, otros por un hermano o amigo con acceso a una impresora 3D, además de los atractivos contenidos de YouTube, de donde toman ideas que luego quieren poner en práctica. “En algún momento organizaremos algo con adultos. Por ahora el fin es ofrecer un espacio donde se pueda aprender lo que nosotros vimos en el secundario: a crear un robot, programarlo y competir divirtiéndonos”, sintetiza Inti. Con lógica futbolística, buscan crear semilleros de jugadores de alto rendimiento y de ellos podría surgir, en el Chaco, un Messi de la robótica.